Por: Marisol Saavedra Miranda
Académica carrera de Educación Parvularia
Escuela de Educación
Universidad Viña del Mar
OPINIÓN.- La creatividad es una habilidad importante que se desarrolla sobre todo en la infancia. Según diversos autores, como Guilford (1950), Torrance (1965), De Bono (1985), la creatividad se define como la capacidad para dar distintos tipos de respuestas o soluciones originales ante un problema, o la capacidad de pensar en ideas nuevas e innovadoras que sirvan para cambiar el curso de cómo se hacen las cosas. La infancia es una etapa idónea para cultivar la creatividad, ya que los niños y niñas están más receptivos a los estímulos y tienen una gran capacidad de imaginación que aún no está limitada por el conocimiento, ni la racionalidad que impone la sociedad.
Desde el mundo académico, sostenemos que dado que la creatividad está profundamente relacionada con el desarrollo del cerebro y las múltiples conexiones con los estímulos, las sensaciones perceptuales y sensoriales, desde el rol de quienes formamos profesionales de la educación, es posible ser coadyuvantes para generar agentes de cambio que vayan potenciando en los niños y niñas habilidades que les permitirán en el futuro desenvolverse notoriamente mejor en distintos escenarios y ambientes de la vida.
Ahí, la importancia de estimular la creatividad como docentes que desde los primeros ciclos formativos comprenden que la educación es una herramienta que debe estar al servicio de la ésta, debe ayudar a las personas a conocerse a sí mismas, a desarrollar sus potencialidades y lo más relevante, a quererse con esas capacidades, actitudes y aptitudes que posee de forma intrínseca al nacer.
Existen varias estrategias para estimular la creatividad en los niños y niñas desde que dan sus primeros pasos. Una de ellas es por medio de actividades, centradas en el juego, aquella capacidad innata que promueve el uso de la imaginación y no limitándola por lo que creemos que es correcto, ya que precisamente el juego es la capacidad innata que permite generar ideas nuevas, originales, únicas.
Es entonces que el juego, no sólo ayuda al niño o a la niña, a distenderse, a sentirse libre de condicionamientos, sino que a aprender disfrutando de experiencias que transforman realidades objetivas para abrir portales a mundos oníricos, y a generar espacios para liberar los neurotransmisores de la felicidad. Es que incitar la espontaneidad, la intuición, la fantasía, la capacidad de análisis, conocer nuevas perspectivas y diseñar experiencias positivas con otros pares, permite que los niños y niñas, refuercen parte de su memoria emocional, y su tan anhelado desarrollo integral.
Todo lo anterior se sintetiza citando a Edward De Bono (1985), quien plantea: “es mejor tener suficientes ideas, aunque algunas de ellas estén equivocadas, que no equivocarse nunca por no tener ideas”.