Este sábado, el programa “Maestros” de Canal 13 mostró a todo Chile la historia de Eduardo Cortés Inostroza, quien el año pasado fue elegido el mejor profesor de Chile, al ganar el capítulo nacional del “Global Teacher Prize”.
Nacido en Santiago, criado en Limache, formado en la Universidad de Playa Ancha y desde hace 12 años, trabajando en el colegio marista “Diego Echeverría” -del que también fue alumno-, Eduardo Cortés es un ejemplo notable de vocación por educar. Es profesor de Educación Tecnológica y por su clase han pasado cerca de cinco mil alumnos.
Pese a que teníamos varios amigos en común, recién lo conocí cuando en el diario contamos, hace algunos años, sobre su proyecto “Misión Aconcagua”, en que alumnos del “Diego” forman cuadrillas de trabajo, para mejorar las instalaciones eléctricas en casas de la Población Aconcagua Sur de Quillota.
Bajo la guía de este docente y mediante el “aprender haciendo”, sus alumnos ponen en práctica, en terreno, los conocimientos que adquieren para su formación profesional. Pero más importante, viven la realidad de familias vulnerables y con entusiasmo y dedicación, trabajan en equipo para brindarles una mejor calidad de vida. Solidaridad y colaboración. Y es que Eduardo sostiene que un profesor “debe ser un agente de cambio, que logre formar un ser útil para la sociedad”.
Este maravilloso proyecto es uno de tantos que ha llevado adelante con sus alumnos, siempre con creatividad y aplicando elementos como la innovación, el reciclaje y por supuesto, la búsqueda del bien común. Antes del Global Teacher Prize, que lo catapultó desde el taller del colegio al reconocimiento nacional e incluso a convertirse en charlista, sus iniciativas ya habían sido premiadas, incluso ganando costosos equipamientos para el aprendizajes de sus estudiantes.
Hay un elemento fundamental en la historia de este notable maestro, que sin duda ha marcado lo que ha sido su ejercicio docente, que apunta a la superación y la creación de personas de bien, yendo incluso más allá del objetivo marista de formar “buenos cristianos y buenos ciudadanos”. Eduardo supo sobreponerse a una vida de adversidades, pobreza y abandono paterno, con gran voluntad, esfuerzo y siempre con una chispa que lo hace especial.
Sin avergonzarse, para pagarse sus estudios lavó autos de sus profesores, al punto que su madre tenía que secarle sus únicos zapatos en la cocina. También barrió los vagones del Metro, siempre con una sonrisa y sin resentimientos, pese a que a menudo enfrentaba el desdén y falta de educación de otros. Estas experiencias también le valieron grandes amigos, desde compañeros hasta académicos, que valoran su inmenso ejemplo de vida.
Es verdad que no es necesario tener una vida de necesidades para ser un buen profesor. Pero Eduardo Cortés ha sabido construir su vocación y figura docente a partir de las experiencias vividas y su formación valórica, convirtiéndose en un gran inspirador y motivador de sus alumnos. Algo que agradecen los estudiantes y sus apoderados, pero que también reconocen sus pares y diversas instituciones, que han premiado su trayectoria.
Necesitamos más “Eduardos” Cortés, no solo en las aulas, sino que en todos los ámbitos del quehacer. Con ello, sin duda, nuestra sociedad será mucho mejor.