Antonio Correa Gutiérrez tiene 88 años y es el último de los antiguos carteros que recorría La Calera en su bicicleta
LA CALERA.- En las calles de La Calera se respira tradición. Sus antiguos barrios y casas añosas, la vieja Estación de Trenes y otros lugares dan cuenta de un pasado que muchos recuerdan con añoranza.
Los caleranos atesoran en su memoria momentos, lugares y también personajes tradicionales de la comuna. Uno de esos personajes, que hicieron grande a La Calera y que silenciosamente ayudaron al crecimiento de la comuna es Antonio Correa Gutiérrez, quien a sus 88 años es el último de los antiguos carteros de la comuna.
Aunque nació en Iquique, este octogenario vecino se siente calerano. Llegó a la comuna con diez años, cuando sus padres decidieron dejar la nortina ciudad -donde su papá trabajaba en ferrocarril salitrero- en búsqueda de nuevos horizontes. “Viajamos en barco desde Iquique. Fue un viaje eterno, lo recuerdo muy bien”, señala Antonio Correa, dueño de una memoria privilegiada pese a su avanzada edad.
Llegó a otra La Calera, una más pequeña, que comenzaba en Artificio y terminaba en la Población Cemento. Estudió en los Hermanos Maristas de Cemento Melón y luego, en la nocturna, estudió Dibujo Técnico Mecánico en la Escuela Industrial. “Incluso hice unos planos de unas carretillas de cuatro ruedas que estaban en la estación, para el antiguo Servicio de Correos y Telégrafos de Chile”, explica el ex cartero calerano.
DE VALIJERO A CARTERO
Con su memoria intacta, Antonio Correa señala que “empecé a trabajar en Correos en 1952 y jubilé en 1979. En ese tiempo había solo dos carteros para toda la comuna, faltaba personal y a medida que iba creciendo la ciudad, eran necesarias más manos. Comencé trabajando ad honoren, como valijero, acarreaba la correspondencia que llegaba en tren a la estación hacia la oficina de Correos”.
Efectivamente en esos años, los dos carteros que había -Roberto Vásquez y Eduardo Mondaca, ya fallecidos- cubrían toda la comuna. Uno se encargaba de Artificio y otro repartía la correspondencia en el centro de la ciudad, hasta la Población Cemento. “Cuando ingresé a trabajar empecé a usar una bicicleta que me compré -que todavía está, la tiene mi nieto-, los otros colegas lo hacían a pie el recorrido”, recuerda.
Impecablemente vestido y de corbata, a bordo de su bicicleta, Antonio Correa recorría la ciudad. Recibía 20 centavos por cada carta que entregaba. “La gente sabía los horarios en que uno se movía y siempre fue muy amable conmigo. En la época de Navidad me hacían regalos, como pan de pascua, una corbata, botellas de vino”, comenta.
Fue testigo de los cambios, como por ejemplo, el ingreso de personal femenino. Antes solo había hombres en la oficina calerana, los que llegaban después de estudiar en la Escuela Postal Telegráfica donde se preparaba al personal que después trabajaba en el correo. En esos años, la empresa pertenecía al Ministerio de Defensa, por ello quienes egresaban de esa escuela salían con el grado de oficiales, suboficiales y empaquetadores.
PORTADOR DE BUENAS NOTICIAS
En su trabajo hay cosas que recuerda. Algunas anecdóticas y otras emotivas. “Había un perro que me tenía un odio tremendo en la calle Josefina, donde está la plaza Arturo Prat, frente al estadio. Era un quiltro que no me dejaba pasar, y llamaba a los otros perros. A veces yo pasaba calladito, pero igual me ladraba y me perseguía”, comenta entre risas Antonio Correa, quien también recuerda que “cuando llevaba buenas noticias la gente me agradecía a mí, como portador de esa noticia. Por ejemplo, cuando entregaron las cartas de la Población Campos de Deportes, yo les llevé las cartas de aviso y las personas me agradecían durante mucho tiempo. Cuando me veían, decían: ‘Usted es el que me entregó la casa’, ni se acordaban del Gobierno”.
En esos años, la oficina de Correos estaba ubicada en la esquina de calle Prat con Diego Lillo, donde estuvo la Caja Nacional de Ahorro (luego Banco del Estado), en el segundo piso. Posteriormente se trasladó hasta calle Aldunate, donde funciona hasta hoy.
Cuando trabajaba de cartero conoció a quien luego sería su esposa y con quien formó una familia con cinco hijos. Trabajaba de lunes a sábado y los domingos por turnos, todo el año, en tiempos cuando la correspondencia llegaba en tren, en unos furgones junto con el equipaje.
Luego de jubilar como cartero, Antonio Correa no se quedó en su casa y realizó muchos trabajos, tal como lo hizo antes de ingresar a Correos, donde incluso fue ayudante de zapatero. “Incluso mi papá quería que pusiera un taller, pero justo me salió la pega de valijero”.
Hace un par de décadas fue perdiendo la visión, pero no la simpatía ni las ganas de vivir. Actualmente, este antiguo cartero goza de buena salud y vive con una de sus hijas, luego que su señora falleciera hace dos años. Fanático de Unión La Calera, club al que acompañó a todos lados hasta antes de perder la visión, y al que hoy sigue a través de las transmisiones de la “Sintonía Roja” de Radio La Calera. “Lo único que lamento es que no puedo ver cómo es el nuevo estadio”, reflexiona con la ternura de sus años, junto con finalizar diciendo que “recuerdo con cariño esos años de cartero, el afecto y respeto de la gente, eso es lo más importante”.