Cartero e hincha de San Luis falleció ocho días después de cumplir 74 años

Publicado el at 27/01/2020
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Romualdo Enrique Soto Müller

Trabajó en varias empresas de mensajería recorriendo cerros y poblaciones de Quillota y La Cruz

QUILLOTA.- En dependencias de la Casa de Acogida “Beatita Benavides” falleció el pasado fin de semana uno de los primeros mensajeros de la desaparecida Empresa de Telégrafos del Estado, quien por más de cuatro décadas llevó miles de mensajes a los habitantes de Quillota y La Cruz. Era común ver a este trabajador a lo largo de la Avenida 21 de Mayo, a bordo de su fiel bicicleta y aquel entrañable bolso donde transportaba las noticias.

Romualdo Enrique Soto Müller cumplió 75 años el pasado 11 de enero. Villalemanino de nacimiento, llegó muy joven a la zona cuando, a mediados de la década del sesenta, ingresó a trabajar a Correos de Chile, donde recuerdan sus familiares se desempeñó en la sección de giros.

Luego, cuando la empresa de telégrafos se dividió, él se convirtió en el primer mensajero de la provincia. Llegó a vivir a la Población El Bajío, donde construyó su vivienda en calle German Riesco 698. Se casó el 1 de agosto de 1969 con el amor de toda la vida, Cecilia del Carmen Cruz Villarroel, con quien hace unos meses cumplió sus bodas de oro tras 50 años de matrimonio.

DEDICADO A LA FAMILIA Y EL TRABAJO

“Don Romualdo”, también conocido como “Sotito”, fue padre de tres hijos, dos hombres y una mujer ya fallecida. Eran ellos su principal motivación para salir a trabajar a las calles, llevando sus mensajes primero para la desaparecida empresa Télex Chile y alcanzando a estar hasta el 2004 en la actual Chile Express. Fue allí donde jubiló luego de varios años de sacrificada labor, donde ni el sol ni la lluvia fueron excusas para que cumpliera con la labor encomendada.

Su hijo, Roberto Soto Cruz, recuerda que su padre era un hombre muy querido y responsable en su trabajo, pues en esos años las familias esperaban su arribo para conocer noticias de fallecimientos, herencias, matrimonios y nacimientos. “Sotito” usaba su psicología para comunicar, pues en el caso de los fallecimientos siempre daba un abrazo y consuelo a quienes llevaba esas noticias no gratas.

Siempre fiel a su labor de mensajero, “Don Romualdo” no escatimaba esfuerzos para cumplir con su misión. Su hijo Roberto recordó: “Cuando debía llevar un telegrama a los primeros habitantes del cerro Mayaca subía caminando hasta la cumbre, dejando estacionada su fiel bicicleta en la calle Molinare, a un costado de la escala de ingreso a la virgen”.

“Don Romualdo” no sólo era un apasionado de su familia y trabajo, ya que cada fin de semana se preparaba para ir a alentar al club de sus amores, San Luis de Quillota, donde era socio según consta en el carnet N° 1837 que sus familiares guardan como un tesoro.

“Él fue un gran hincha de San Luis. Además de jefe de barra por allá en el año 1982 cuando cada fin de semana vibraba con los goles del Pato Yáñez y los demás ídolos de ese glorioso equipo”, menciona su hijo.

UNA PARTIDA EN PAZ

“Sotito” sufrió un aneurisma a mediados de la primera década de este nuevo siglo, el cual fue tratado a tiempo por el doctor Luis Mella Gajardo, lo cual le permitió no sufrir graves secuelas a causa de esta enfermedad. Sin embargo, con el paso de los años poco a poco fue mermando su movilidad y comenzó a olvidar algunas cosas.

El pasado 11 de enero junto a su familia celebró sus 75 años. Fue una fiesta íntima, a la cual incluso llegó uno de sus hermanos que actualmente vive en Argentina. Lo emocionante fue que, pese al Alzheimer que padecía, “Don Romualdo” lo reconoció sin mayores problemas.

Finalmente, los días posteriores “Sotito” se fueron apagando lentamente, hasta que el 18 de enero fue ingresado por solicitud del Doctor Mella a la Casa de Acogida “Beatita Benavides”, donde falleció horas después durante la madrugada del domingo 19.

Los restos de este querido mensajero fueron velados en dependencias de la empresa funeraria Ellen Campos, de calle Freire 459, mientras la misa se desarrolló el pasado martes en la iglesia Pompeya de El Bajío, donde fue acompañado por un importante número de personas -entre ellos jóvenes del sector- con quienes a diario compartía una alegre charla en el jardín de su hogar.

Posteriormente, fue llevado al cementerio del cerro Mayaca donde descansa viendo desde lo alto la comuna que por casi 50 años recorrió a bordo de su bicicleta, llevando miles de mensajes en sus telegramas.

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