Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
Se podría decir que el crimen ocurrido este fin de semana en una plaza de Quillota no está vinculado a las bandas narcos que operan en la zona, pero no se puede evitar señalar que se trata de otro crimen más en lugares tan públicos como una plaza.
Ya llevamos varios de estos asesinatos en los últimos tres años. Todos muy violentos, todos muy complejos de investigar, algunos sin ni una detención de posibles culpables.
Lo que pasó en la plaza Paul Harris de la población Corvi de Quillota parece ser un asalto o una riña entre cuatro muchachos jóvenes (tres menores de edad), que probablemente bajo los efectos de alcohol o droga, pusieron fin a la noche cuando uno de ellos sacó un cuchillo y causó una brutal muerte.
El crimen casi porque sí, por un poco de rabia, por mucha intolerancia. La vida vale poco. La muerte ronda frente a cualquier acto de violencia. Lo vemos en los delitos. No se trata de robar un celular, también de acuchillarlo si no lo suelta. No se trata de entrar a una casa, maniatar a los que están en la casa, sino también patearlos, golpearlos, humillarlos y robarles.
Hay una violencia flotando en el ambiente, que no tiene la contraparte de una policía poderosa y empoderada, de una policía que pueda actuar con libertad para entregarnos seguridad. A cambio de eso, seguimos con puras palabras, con puras promesas de más seguridad, mientras los negocios cierran cerca de las seis, las calles quedan vacías y los vecinos casi se esconden más que viven en sus casas.
No hablemos mejor de los parlamentarios, que no pueden aprobar leyes tan lógicas como no llevar combustible a una marcha. ¿Para qué alguien lleva bidones de bencina a una manifestación pública? Obvio que para hacer bombas molotov, sin embargo, hay parlamentarios que tienen dudas… ¿serán…?
La impunidad es lo que ha hecho crecer la violencia y los crímenes en nuestras ciudades y en el país. En el 2018 se cometieron 845 crímenes, mientras que en el 2022 los asesinatos llegaron a mil 322 personas, es decir, en Chile se cometen cuatro asesinatos al día. Un dato escalofriante, entregado por el Ministerio del Interior el mes pasado. Piénselo de nuevo: ¡cuatro crímenes diarios!
También el informe gubernamental señala que el 60% de los crímenes ocurrió en la vía pública y que más de la mitad de ellos se cometió con armas de fuego, característica propia de los actos delictuales de los extranjeros. Y se agrega que, sin lugar a dudas, el crecimiento en la cantidad de asesinatos por año se debe al aumento y la libertad con que operan muchas bandas extranjeras dedicadas al tráfico de drogas. Del total de los imputados el 13% son delincuentes de otras nacionalidades.
La situación desde hace años viene poniéndose cada vez más crítica. Los números avanzan y la autoridad los mira. Es urgente dictar mejores leyes en el parlamento, dotar a las policías de mejores recursos, crear nuevas policías especializadas, intervenir las cárceles, para evitar que los primerizos se transformen en delincuentes expertos y con redes de personas dedicadas a acciones ilegales y delictuales.
Nadie inventó que la seguridad es la primera preocupación de los chilenos. Son los crímenes a nuestro alrededor los que nos obligan a darle a la seguridad la primera prioridad en nuestras preocupaciones.
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