Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
Cuesta imaginarse el Chile de hace 200 años, porque en general nunca nos explican bien la evolución en la forma de vivir que hemos tenido a través del tiempo.
En 1810, Chile llevaba 274 años sometido a los antojos del Rey de España. Es decir, tenemos más tiempo como país sometido que como país libre. La Colonia fue una época donde la gente tuvo muy pocas oportunidades de desarrollarse. La poca educación posible estaba al interior de los conventos. Casi nadie sabía leer, mucho menos leer en inglés o francés. Había tan pocos libros, que daba lo mismo que fueran analfabetos, porque tampoco hubieran tenido mucho que leer. Los libros eran de religión y unos pocos de medicina.
A fines del siglo XVIII, expulsan a los jesuitas, que eran los que más enseñaban en sus sencillas escuelas. En Santiago vivían 50 mil personas y solamente disponían de ocho escuelas, donde estudiaban cerca de 300 niños y jóvenes.
Algunas familias pudieron enviar a sus hijos a estudiar a Europa o Estados Unidos. Son esos personajes educados afuera los que promoverán el ideal de independencia.
Tan exagerado era el fanatismo religioso, que uno de esos hombres educados, Antonio de Rojas, volvió de Europa con libros y un laboratorio de física. Cuando en un experimento sacó chispas para probar la teoría de la electricidad, lo acusaron de brujería y la Inquisición (organización de la iglesia que perseguía a los que no actuaban bajo los principios de la fe) lo detuvo y lo llevó a prisión en Lima.
Por eso que las ideas pregonadas por los filósofos después de la revolución francesa y la Declaración de la Independencia de Estados Unidos, se transformaron en peligrosas para las colonias del Reino de España.
La independencia de Chile es una casualidad. Nadie la buscó. En 1808 Napoleón invade España y detiene al rey Fernando VII. Nosotros nos ponemos a llorar porque no tenemos rey y hacemos esa Primera Junta de Gobierno, donde juramos defender hasta con la última gota de nuestra sangre los derechos de nuestro rey sobre nosotros. ¡Plop!, como diría Condorito. No hay ideas libertarias ese día 18 de septiembre, pero aparece la oportunidad para que los pensantes, los que venían de haber estudiado en el extranjero, como Carrera y O’Higgins, por ejemplo, comenzaran a pensar en fundar un país totalmente independiente de España. Y aprovecharon la oportunidad, haciendo que todos juraran lealtad al Rey y lealtad a la Junta de Gobierno. Ahí está la raíz de la independencia.
Entre septiembre de 1810 y abril de 1811, unas cuantas cabezas pensantes cambiaron Chile y decidieron la verdadera revolución. Pero nos va mal en esa aventura que se llamó Patria Vieja. Perdemos las batallas y nos arrancamos a Mendoza para reorganizarnos. Desde allá volveremos en 1817 para lograr la primera victoria en Chacabuco.
El 12 de febrero de 1818, primer aniversario de la batalla de Chacabuco, se firma la Declaración de la Independencia de Chile, estando nosotros en guerra con las fuerzas españolas y Santiago ocupado por los realistas, (ese documento original, que estaba detrás del sillón presidencial, se quemó en La Moneda el 11 de septiembre de 1973). La batalla final fue el 5 de abril de ese mismo año y con el triunfo patriota de Maipú se selló nuestra libertad como nación. Por lo tanto, nuestra real independencia comenzará con el gobierno de O’Higgins, en mayo de 1818. Antes de eso, en este país, mandaban los españoles.
En todo caso, lo que vale es el símbolo de libertad que representa la Primera Junta, porque nunca antes los patriotas se habían reunido sin una orden del Rey.
Eso celebramos estos días… ¡Feliz Dieciocho!
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