Estamos a días de que se cumplan 45 años del fatídico 11 de septiembre de 1973 y la fecha me trae muchos recuerdos y reflexiones en torno a las condicionantes políticas, sociales, culturales y valóricas con las que creció y se desarrolló mi generación y que se han traspasado hasta las generaciones más nuevas, que no vivieron aquellos tiempos, pero que se han formado sus opiniones a partir de experiencias de segunda mano, cargadas de subjetividad.
Comento esto porque suelo leer en las redes sociales todo tipo de comentarios agresivos, ácidos, recalcitrantes, que vienen de uno y otro lado con recriminaciones por tantos muertos y desaparecidos -de quienes con suerte quedan algunas osamentas, pero que no han sido olvidados- y también por la espiral ideológica y confrontacional -y por la intolerancia política, hay que decirlo- que llevó al quiebre institucional.
En fin, para algunos fue una Dictadura militar y para otros es más cómodo llamarlo “Pronunciamiento militar”. Para mi es simplemente una tragedia que hasta hoy me preocupa por las consecuencias que aun arrastra y porque a mi ya no me cuentan cuentos.
Hace algunos días y a propósito de unas declaraciones de la diputada Camila Flores (RN), se armó una “tole tole” de comentarios en un sitio de Facebook. Como diría Paul Vásquez, “El Indio”, “combos iban, combos venían”. Fuertes, malintencionados, carentes de argumentación y ricos en pasiones más que en razón.
A medida que los leía, iba retrocediendo en los años hasta llegar a ese triste día en que todo cambió y sentí que yo debía también dar mi opinión. Por eso mis dedos teclearon esto: “Yo viví esa época. De hecho vivía a tres cuadras de la casa de Tomás Moro, donde vivía el ex Presidente Allende y a dos cuadras de donde vivía el General Mendoza. Vi pasar los Hawker Hunter metida en la chimenea de mi casa, yo tenía ocho años. Vi a los militares corriendo por mi calle igual como se pueden ver ahora en las calles de Siria, por ejemplo. Mi papá vio decenas de cadáveres en el Mapocho y también me tocó hacer colas por horas con mi mamá para comprar un kilo de azúcar. Mi familia siempre ha sido de centro o derecha moderada, pero eso no impidió que escondiéramos en nuestra casa a dos jóvenes del MIR que eran buscados.
También vi un carabinero que regulaba el tránsito, asesinado por un grupo extremista. Con el tiempo estudié historia. Hoy miro para atrás y me doy cuenta de dos cosas fundamentales: la primera, es que cuando nos perdemos el respeto como personas y como país volvemos a ese punto ‘cero’, donde cualquier cosa puede pasar; y lo segundo, es que si bien lo que pasó fue atroz, más que recriminaciones necesitamos lecciones de vida y de historia.
Debatamos, conversemos de nuestras ideas para una sociedad mejor, pero no perdamos nunca de vista que hubo sufrimiento por ambas partes.
Cada quien rendirá cuentas de lo que hizo o dejó de hacer, pero lo mínimo que les debemos a todos los que murieron y sufrieron en ese terrible trance histórico, es demostrarles que aprendimos de su experiencia”.
Espero que, a 45 años de ese día, algo hayamos aprendido.