El miércoles pasado se celebró San Valentín o “El día de los enamorados” y existen varias teorías respecto a su origen, pero sin importar cuál sea la correcta, su significado actual inevitablemente nos lleva al amor romántico. Es decir, un modelo de relación en el que “dos medias naranjas” -dado el sistema patriarcal, más mujeres que hombres – hacen y soportan lo que sea por estar con quienes piensan las harán sentir plenas y completas.
Esta representación estereotípica que enaltece las relaciones heteros, monógamas e indestructibles, y tal como afirma Coral Herrera Gómez, nos dice que “‘por amor’ aguantamos insultos, violencia, desprecio. Somos capaces de humillarnos ‘por amor’, y a la vez de presumir de nuestra intensa capacidad de amar. ’Por amor’ nos sacrificamos, nos dejamos anular, perdemos nuestra libertad, perdemos nuestras redes sociales y afectivas. ‘Por amor’ abandonamos nuestros sueños y metas, ‘por amor’ competimos con otras mujeres y nos enemistamos para siempre, ‘por amor’ lo dejamos todo…”, no lo es.
Sin embargo, debido a que estas ideas empiezan a invadirnos desde muy pequeñas y nos acompañan – queramos o no – a lo largo de toda nuestras vidas, hacen que generemos expectativas respecto a nuestras relaciones y nos desvivamos por tratar de hacerlas realidad hasta que descubrimos que existen muchas formas de intercambio ya sea afectivo o sexual, y que así también, hay muchos modos de terminar y/o modificar dichos vínculos.
Todo lo anterior no significa que el amor sea malo sino que, como se plantea al comienzo, el problema está en la falta de reciprocidad y en las opresiones que genera porque nos convence de que nuestra existencia gira en torno a emparejarnos, cosa que el mercado por supuesto aprovecha y transforma en una celebración más dentro del calendario.